Garcilaso de la Vega, nacido en 1508, fue uno de los poetas más destacados del Siglo de Oro Español. Además de ser un hombre sumamente culto, el cual sabía varios idiomas, es reconocido por tener una forma compleja de escritor, usando sonetos, liras e introducir el uso de métricas nuevas, como los endecasílabos y heptasílabos. Esto hace que sus poemas poseen una belleza tremenda, al punto de poder recitarlos al aire libre sin quedar como loco (o eso me imagino).
Garcilaso también hace uso continuo del Carpe Diem, es decir, el aprovechar el día.
También recurre al Locus Amoneus, es decir, el lugar ameno, un sitio natural en el cual se siente una paz formidable e inalcanzable en otros lugares… excepto en otro: el amor.
El amor acá es visto como lo que se conoce coloquialmente como “amor platónico”, es decir, ese amor inalcanzable, del cual siempre se tiene deseo y posee la mente del enamorado no correspondido. Dentro de esta persecución del amor, el desdichado sufrirá mucho. Y permítanme usar las mayúsculas otra vez, pero cuando digo mucho, es MUCHO:
“¿Quién me dijera, Elisa, vida mía
Cuando en aqueste valle al fresco viento
Andábamos cogiendo tiernas flores,
Que había de ver, con largo apartamiento
Venir el triste y solitario día
que dice amargo fin a mis amores?”.
Ay, no, Garcilaso, ¡No nos hable de tu ex! Pero bueno, nadie puede culparlo. El dolor que uno siente al momento del que lo deja una pareja es tan fuerte como la muerte de un ser querido o como la abstinencia de un adicto a la cocaína. Acá, el sufrimiento no se niega, si no que se nos quiere decir cuál es la cura de ese sufrimiento: que vuelva esa persona tan querida que en algún momento fue el amor del hablente lírico, ya que sin ella, la vida está incompleta.
“Estoy muriendo, y aún la vida temo;
Témola con razón, pues tú me dejas:
Que no hay sin ti el vivir para qué sea”.
Está demás decir como esto ha trascendido a día de hoy. Cuantas veces hemos visto a un amigo llorando por su ex pareja, o a alguna amiga borracha marcando a su ex (hasta que tuvieron que agarrarle las manos para que no lo hiciera), o uno mismo, probablemente conociendo uno de los dolores más profundos de la vida, y que, como Garcilaso, llega a pensar que cesará si la persona amada regresa a nuestro lado como lo hizo en un pasado -pasado idealizado por recuerdos falsos que se crean en ese momento de dolor, por cierto-.
De igual forma, el amor como escape del sufrimiento está presente en toda nuestra cultura. Películas como Tres metros sobre el cielo solo vuelven a idealizar ese sentimiento tan complejo, o cualquier novela romántica que tenga alguna quinceañera en su librería, o mi favorito, gran parte de la música que se escucha hoy en día. En vez de hablar de música más clásica internacionalmente, como Always de Bon Jovi, donde nuestro protagonista está sangrando desde que lo dejaron, miremos un poco la cultura musical popular chilena, y otras internacionales, por qué no. Antonio Ríos y su clásico “nunca me faltes, que sin tu amor, yo no soy nadie” o Ricardo Arjona con “No hay nada más difícil que vivir sin ti, y no sé dónde estás”. Así, tenemos a La Noche y su “dibujaré, un corazón, partido en dos, fingiendo que, aun somos dos, igual que ayer” -que triste- o Américo con su “Que levante la mano, quién no sufrió por amor” -levántela, por favor-. ¿Quieres algo más Underground? Cerremos con La Banda Tropikal de Vallenar, con su coro para cantar a todo pulmón a los días del rompimiento: “Ay, amor, ¡¿por qué nos hemos separado!? Ay, amor, ¿¡por qué tan solo me has dejado!?”. Vaya a buscar su vicio favorito -agua, como debe de ser-, y cántela hasta que los vecinos llamen a la policía:
Guerra, Dios, humor y amor. Los cuatro jinetes del escapismo. Por más que los primeros dos ya no prevalecen tanto en la vida occidental moderna, los últimos dos sí, sobre todo este último. Sin embargo, es adecuado no omitir el sufrimiento. Si el sufrimiento nos abruma, es por algo. Buscar ayuda no debe ser problema, sea con terapia o con amigos. Es adecuado que nuestra vida esté en paz la mayoría del tiempo, y no escaparnos por algún medio que solo hará que el sufrimiento crezca ocultamente como un tumor. Por más que nuestros entornos pueden hacernos proclives a no poder cumplir ese objetivo, ya tenemos conciencia de que en toda la historia de la humanidad fue así, y la literatura medieval ya nos da una clara de aquello. Nos corresponde a nosotros querer cambiar ese patrón de comportamiento tan complejo, y empezar a ver esos medios de escapismo tan solo como una añadidura a una vida de paz, compuesta por beneficios que tiene el simple hecho de ser un humano. Mucha suerte en tu camino, querido lector. Y recuerda, ama y ríe todo lo que sea posible.


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